AMAN LOS PODEROSOS
- Juan Francisco Rodriguez Rodríguez
- 8 dic 2024
- 2 Min. de lectura

Amar es la expresión máxima de nuestra potencia. Aquel que no ama, no ha desarrollado todo su potencial como persona. Podríamos decir, que esa persona es un mediocre. Amar no tiene que ver con el sacrificio, porque amar, no es volverse un mártir. El que ama, no causa lástima, no se siente como un miserable que ha entregado lo poco que tiene. Nadie le quita la vida, él la entrega. El que ama manifiesta orgullo, pero ojo, orgullo no es soberbia. Y me refiero al orgullo que expresaban los caballeros de la edad media, hombres nobles, con ideales como el honor, la lealtad y la justicia. Amar es sacar el pecho y decirle al ser amado, tengo mucho amor para darte. Por eso, quien no ama, es un debilucho. El que ama, se siente poderoso, abundante, grande. Pero no es soberbia, porque la soberbia es una sobrecompensación del sentimiento de inferioridad. El soberbio, en el fondo no se sabe fuerte, ni grande, por el contrario, se siente débil y miserable. En cambio, el orgullo del que ama, es un orgullo saludable, un orgullo humilde que surge del saberse poderoso y abundante, auténticamente. Aman, los ricos en amor. Los miserables ruegan como desgraciados y aún peor hay quienes se atreven a exigir que los amen. Son míseros, avariciosos, tacaños. Son como azadones solo quieren todo para adentro, nunca dan, nunca aman. Son como sanguijuelas que chupan y chupan. Por eso, siempre se sienten miserables. Nunca es suficiente para ellos el amor que se les da, siempre quieren más y más. El que ama, es mayor que el que ruega y del que exige ser amado. El que ama, no necesita ser amado para amar. Bienaventurados los que pueden amar, porque serán llamado grandes entre los hombres. Y ¡ay! de los que no pueden o no quieren, porque su desgracia es esa precisamente, no poder amar.
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